Justicia para las hermanas Galárraga Meneses

Las cuatro mujeres fueron desaparecidas por los paramilitares, el mismo día, hace diez años

Sus restos, entregados el jueves en la sede de la ONU en Bogotá, fueron encontrados en una fosa, en Putumayo.
Por: Daniella Sánchez Russo.

 “¿Se sentían valientes mientras las degollaban?, preguntó al aire la madre de las hermanas Galárraga, Blanca Meneses, mientras recordaba, en la ceremonia de entrega de los restos de sus hijas, el oscuro episodio al que los paramilitares del bloque Sur la sometieron a ella y  a su familia. Fue en la tarde del 1° de enero de 2001, cuando, en medio de una reunión familiar, la sala de la casa de los Galárraga Meneses fue violentada por miembros de las autodefensas que secuestraron a cuatro hermanas, tildadas de auxiliar a la guerrilla en el municipio de La Dorada (Putumayo). Y aunque, relata su madre, de inmediato se dirigieron a la Alcaldía de la localidad para pedir ayuda, “la justicia llegó tarde”. Después de casi 10 años de espera, fue hasta este jueves que las almas de las jóvenes encontraron algo de paz.

La dolorosa conmemoración, rendida en la sede de Naciones Unidas en Bogotá, rememoró a cuatro mujeres —Nelsy Milena de 22 años, Mónica Liliana  de 19, Yenny Patricia de 15 y María Nely de sólo 13 años cuando fueron desaparecidas y abusadas sexualmente— que murieron entre las manos de la guerra. “Yo las quería vivas y me las entregaron en un cajón”, expresó al recibir una de las urnas doña Blanca, quien sin descanso estuvo recogiendo testimonios que la guiaran hasta sus hijas. Cuenta ella que por cada sitio donde le dijeron que habían visto a las hermanas, iba colocando una cruz de madera para que fuera “más fácil encontrarlas una vez hurgaran en la tierra”.

Fuentes de la Fiscalía le dijeron a El Espectador que fue el desmovilizado alias Chuky, miembro del bloque Sur de las Autodefensas, quien finalmente confesó en dónde se hallaban los cuerpos de las víctimas. El paramilitar, que fue encontrado en una cárcel de Putumayo mientras la Unidad de Justicia y Paz recorría los centros penitenciarios buscando desmovilizados, confesó que las Galárraga Meneses habían sido enterradas en la vereda Los Mangos de ese departamento. “Ese sitio tenía una cruz de madera —admite la abogada de la Asociación Minga, Liliana Aguilar—, allí encontraron los cuerpos de las hermanas Galárraga, tres de ellos en una fosa común y el otro enterrado muy cerca. Las jóvenes habían sido torturadas y sus cuerpos desmembrados”.

El horror del conflicto colombiano, el mismo que hizo que cuatro mujeres terminaran siendo exhumadas para que la memoria de su muerte pudiera ser escrita, dejó también sin ilusión a sus hijos. Entre ellos Bryan, primogénito de Mónica Galárraga, rindió su propio testimonio: “Mi madre era bonita, era juiciosa y me cuidaba. Le gustaba tocar la tambora y la lira, me dicen que era toda una artista. La abuela me cuenta que era inquieta y que bailaba al escuchar cualquier clase de sonido”.

Al dolor de la familia se unieron madres, esposos, hermanos, familiares de otras víctimas de desaparición forzada en el país, que lloran, al igual que alguna vez lo hicieron los Galárraga Meneses, la incertidumbre de no saber el paradero de sus seres amados. “Recuerdo una familia a la que las Farc le había desaparecido un hijo, los paramilitares otro y el Eln el último. Hoy es el día en que comienza el cierre para una familia y el día también en que el Estado reforzará su presencia para no permitir que la sangre en Colombia se siga derramando”, dijo el vicepresidente Francisco Santos, presente también en el acto, como consuelo a aquellos que aún siguen buscando respuestas. Al evento también asistió el fiscal (e) Guillermo Mendoza.

No obstante, los familiares que ya las tienen siguen penando un dolor que parece no tener final y que persigue, incesantemente, un resarcimiento con urgencia: “Yo soy sólo una campesina que entró al Putumayo sembrando arroz y maíz”, afirma la madre de las hermanas, “si me quieren hacer algo o matar estoy aquí, pero no tengo ninguna reparación y pido que me ayuden”. Mientras tanto, Nancy Yadira Galárraga, la única de las hermanas que no fue secuestrada aquel primero de enero, confiesa apesadumbrada: “Mi esperanza no era encontrarlas de esta manera. Mi esperanza era verlas de nuevo con vida y contarles mi sufrimiento”.