Las aulas que se construyeron gracias a la operación Cirirí

Fabiola Lalinde sugirió cambiar el monumento que conmemoraría la desaparición de su hijo por la construcción de dos espacios que le permitieran agradecer a la comunidad por su apoyo. Wálter Arias / @walterariash

Fabiola Lalinde creó la estrategia pacífica “Operación Cirirí” en 1988. / Luis Benavides

Para los habitantes de Verdún, Fabiola Lalinde es la mamá heroína que le ganó el pulso al Estado porque lo obligó a reconocer que el Ejército fue el culpable de la desaparición forzada de su hijo. Para Fabiola, los habitantes de esta vereda del municipio de Jardín (Antioquia) son unos héroes porque la ayudaron a ganar esta batalla.

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El agradecimiento de Fabiola hacia esta comunidad, conformada por unas 120 familias, se debe a que algunos pobladores detallaron lo que pasó con su hijo Luis Fernando Lalinde en la madrugada del 3 de octubre de 1984. Describieron cómo la Fuerza Pública lo detuvo y lo torturó en el camino principal de la vereda, el mismo por el que ahora transitan decenas de vehículos cargados de plátano y café, e incluso turistas que van hacia las fincas cafeteras de la zona. Sus testimonios fueron la base para la decisión que tomó el Consejo de Estado 29 años después. El 27 de septiembre de 2013, el alto tribunal declaró responsable al Ejército por la tortura, desaparición y muerte de Luis Fernando y obligó al Estado a pagar los perjuicios causados.

El pago incluía indemnización y atención en salud para Fabiola –quien tiene 81 años–, la elaboración de un documental para reivindicar el buen nombre de su hijo –quien cumpliría 60 años el 10 de abril de este año– y la construcción de un monumento conmemorativo en el lugar donde fueron hallados los restos de Luis Fernando, “como muestra de la firme voluntad porque este tipo de actuaciones no vuelva a repetirse”.

Fabiola, sin embargo, no estuvo de acuerdo con la construcción de ese monumento. Por una parte, porque se iba a ubicar en lo alto de una montaña tupida de vegetación, en el sector de Ventanas (Riosucio, Caldas), un lugar que está a unos siete kilómetros de la vereda Verdún y donde quedaría perdido, pensó Fabiola. Por otra, ella aseguró que su familia no era de monumentos. Además, ¿dónde quedaba la comunidad que tanto los había ayudado para resolver este caso? “Yo sugerí que se hiciera algo que valiera la pena para los niños y para la gente de ahí”, cuenta Fabiola en su apartamento de Medellín, un lugar repleto de libros y de documentos.

A raíz del fallo, la comunidad de Verdún volvió a revivir el caso que tanto los impactó. Allí, el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), con recursos del Ejército, grabó gran parte del documental que reconstruye parte de la vida de Luis Fernando. Este estudiante de sociología de la Universidad Autónoma Latinoamericana, que perteneció al Partido Comunista (marxista-leninista), salió de su casa en Medellín el 2 de octubre de 1984 con el propósito de ayudar a rescatar un herido del Epl. Unos 20 guerrilleros de ese movimiento habían tenido enfrentamientos con el Ejército en Riosucio (Caldas) y se habían replegado hacia Jardín, en el suroeste de Antioquia, una zona de paisaje quebrado, ubicada entre un ramal de la cordillera Occidental y el río San Juan.

Aulas para la memoria y la participación

La comunidad de Verdún también participó activamente en la decisión de construir una obra comunitaria. En vez de elaborar el monumento que descartó Fabiola Lalinde, acordaron que la obra más conveniente era construir dos aulas: una para diversas actividades comunitarias y otra para una biblioteca de memoria. La obra, que comenzó a ser construida a mediados de 2017, fue entregada el pasado viernes 12 de enero, con la presencia de autoridades del Ejército, Fabiola Lalinde y su familia, y la comunidad de Verdún.

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Fabiola recibió una carta firmada por el general Ricardo Gómez Nieto, comandante del Ejército, en la que le ofrece “las más sinceras disculpas por el fallecimiento” de su hijo. “Hoy nos asiste el deber moral de manifestarle que el Ejército Nacional se encuentra comprometido para que situaciones con la prestación del servicio, como aquellas acaecidas el día 3 de octubre de 1984 (…) no vuelvan a ocurrir”. Además, el coronel Libardo Antonio Marín, comandante del Batallón Cacique Nutibara, dijo que el Ejército también agacha la cabeza y resarce sus errores.

Las aulas están ubicadas a pocos metros del colegio Miguel Valencia, un lugar estratégico porque fue en ese sector donde la mayoría de la comunidad observó el padecimiento de Luis Fernando. Muchos de los testigos eran estudiantes de esa institución educativa. Fabio Suárez, quien tenía 15 años y hoy es el presidente de la Junta de Acción Comunal, recuerda que ese día no los dejaron entrar al colegio. “Nos decían que habían detenido a un guerrillero”, recuerda.

En el corredor que une las aulas se encuentra la placa que se iba a poner en el monumento y que resume la lucha de Fabiola: “… a pesar de lo doloroso y dramático de la diligencia, Luis Fernando recobró su plena identidad después de más de doce años (4.425 días) de batallas jurídicas, científicas y de derechos humanos por rescatarlo del camino de la noche y de la niebla primero, y del sombrío mundo de los NN. después. (…) El final no fue feliz, pero fue digno y se logró a base de fe en Dios, de solidaridad nacional e internacional y de un equipo interdisciplinario del más alto nivel tanto jurídico coma científica”.

En el documental que se hizo sobre la vida de Luis Fernando, se entrevistó a Federico Andreu, representante abogado de la Comisión Internacional de Juristas y quien acompañó a Fabiola en su lucha. Él explicó la importancia de este caso para Colombia: “Nunca en un caso se había visto tanta negligencia y tanto desprecio por las víctimas (…) Fue el primer caso de la Comisión Interamericana (de Derechos Humanos) en el que se condenó al Estado colombiano por desaparición forzada. Eso para los familiares fue muy importante en un Estado que negaba que había desaparición forzada”

En el momento de esta visita de El Espectador, el 24 de enero de 2017, las aulas aún no cuentan con dotación. Pero Fabio Suárez asegura que las actas de la obra señalan que el aula comunal contará con 70 sillas, un televisor, un computador y un proyector de video ; y que la biblioteca con materiales de memoria de la comunidad y documentos sobre la historia que unió para siempre a los pobladores con la familia Lalinde.

Jorge Iván fue el primer integrante de la familia Lalinde que tuvo contacto con la comunidad de Verdún. Llegó a esta zona el 3 de noviembre de 1984 en busca de su hermano, gracias al apoyo de Héctor Abad Gómez, quien recibió la información de un médico de Jardín. Allí se enteró de todos los vejámenes a los que fue sometido. Luis Fernando fue detenido por una patrulla del Batallón Ayacucho de Manizales a las 5:30 de la mañana, cuando iba por un camino pedregoso que conduce hacia la carretera principal, que a su vez lleva hacia Medellín, a unos 130 kilómetros.

Fue llevado a una pesebrera. Allí lo amarraron y lo golpearon. Luego lo pasearon por la vereda ante la presencia de niños y lo dejaron amarrado en un punto del camino bajo el calcinante sol. Algunas señoras intentaban llevarle agua, pero los soldados no lo permitían. “Dicen que eso parecía la crucifixión”, relata David Buitrago, docente de ciencias sociales del colegio Miguel Valencia. Así permaneció hasta caer la tarde, cuando la comunidad vio cómo los soldados se lo llevaban, amarrado, casi muerto, al hombre de 26 años, 1,78 de estatura, cabello ondulado. Todas las declaraciones que hay sobre este caso, incluso las que recuerdan los vecinos en la actualidad, concuerdan con esta versión. “Lo trataron como a un animal”, enfatiza Cruz Elena Ríos, de 70 años y vecina de las nuevas aulas.

El 29 de diciembre de 1984, Héctor Abad Gómez escribió una columna en el diario “El Mundo” de Medellín titulada “¿En dónde tienen a Luis Fernando Lalinde?”: “Su caso se va desvaneciendo entre los 300 o más casos de los desaparecidos en Colombia. ¿Hasta cuándo? Hasta que sean mil, o dos mil, o tres mil, o treinta mil, como en la Argentina y Guatemala?”. No fueron ni tres mil ni treinta mil. Hasta enero de 2018, la Unidad de Víctimas tenía un registro de 47.025 víctimas directas de desaparición forzada en el país.

Fabiola Lalinde se demoró unos siete años para ir a Verdún. Dice que su hijo Jorge Iván no la dejó ir antes, para evitar que escuchara la crudeza de los relatos de los habitantes. Fue por primera vez con Alonso Salazar, cuando el periodista, escritor y exalcalde de Medellín investigaba para escribir un perfil sobre ella. Lo tituló “Operación Cirirí”, y hace parte del libro Mujeres de fuego.

“Operación Cirirí” (con C, no con S, insiste) fue una estrategia pacífica que se le ocurrió a Fabiola en octubre de 1988 para buscar la verdad sobre la muerte de Luis Fernando y exigir justicia. También fue una “respuesta a las persecuciones y atropellos” de los que fueron víctimas ella y su familia. Fabiola y su hijo Jorge Iván estuvieron en la cárcel dos semanas debido a un montaje sobre droga encontrada en su casa.

Por toda esta historia es que en Verdún reconocen en Fabiola al “cirirí” que tuvo la persistencia y la insistencia para doblegar al “gavilán”, porque ven en ella a la mamá que le puso rostro a la desaparición forzada en el país. La comunidad admira sinceramente a Fabiola Lalinde, la señora nacida en Belalcázar (Caldas) y madre de cuatro hijos. Luis Fernando era el mayor. En Verdún también agradecen el gesto que ella tuvo. “Ese es un detallazo por parte de esta señora”, coinciden Cruz Elena Ríos y Fabio Suárez.

Fabiola, entre tanto, dice con su tono sereno, pausado, como midiendo cada palabra, que ella “tenía una deuda” con esta comunidad, que por eso sugirió que allí, donde su hijo pasó las últimas horas con vida, donde hubo solidarios que desafiaron al Ejército para calmarle al menos la sed, se hiciera una obra que les sirviera para toda la vida.

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