“No quiero que la juventud colombiana tome las armas. La historia ha enseñado que no son el camino”

Por J. Marcos Y Mª Ángeles Fernández, Revista Pikara, 20/10/2021

Yanette Bautista, directora de la Fundación Nydia Érika Bautista, lleva 34 años luchando para exigir justicia por las más de 120.000 personas desaparecidas en Colombia, entre ellas su hermana.

primer plano de una mujer con un megáfono en la mano

Yanette Bautista en una protesta frente a la JEP. / Foto: J. Marcos

El día que desapareció Nydia Érika Bautista la vida de su hermana Yanette cambió para siempre. Se bajó de los tacones y se calzó unos tenis que no se ha vuelto a quitar. Pero no es solo eso. Dejó su trabajo de secretaria en una transnacional. Y tampoco es solo eso. Aquella tarde, la del 30 de agosto de 1987, una fecha que no olvidará nunca, precisamente cuando su hija y su sobrino tomaron su primera comunión, Yanette Bautista se convirtió en defensora de derechos humanos. Vive desde entonces con una foto de Nydia Érika pegada a ella. Para que nadie olvide.

Han pasado 34 años, un exilio, una carrera de Derecho, muchas amenazas y no menos terrores, pero Yanette Bautista no ha perdido ni un ápice de fuerza. La ha multiplicado, de hecho, y su lucha ahora es por todas las personas desaparecidas en Colombia: más de 120.000, desde finales de los años 70, según las cifras que maneja la fundación que preside y que lleva el nombre de su hermana.

Han pasado muchos años y seguro que has vivido altibajos, pero irradias una energía que sorprende. ¿De dónde la sacas?
La fuerza la sacamos del amor por nuestros seres queridos. Un amor que se ha politizado y que ponemos al servicio de la gente, del pueblito. No soporto el dolor. Para mí ver a una persona con dolor es inaguantable, no me gusta, y procuro tratar de ayudar para que esa persona no sufra: darle esperanza, plantearle caminos, estar hombro a hombro con ella, entenderla, hermanarme con su propio dolor. Mi fuerza sale del amor individual y colectivo.

En un país donde la violencia es moneda común desde hace décadas, que tu primera reivindicación sea el amor es significativo. ¿Es la única transformación posible?
Sí, siempre le digo a las familias que nuestro motor es el amor. Porque al amor es difícil de vencer, es difícil acabarlo aunque pasen los años. El amor no envejece, no se desgasta; al contrario, con el tiempo crece y es más duradero, no es fungible, es inmaterial, es un sentimiento que a una le puede mantener viva en el sentido vital de la palabra, a pesar de los golpes, de la impunidad, de la discriminación, de la estigmatización, de las amenazas. Más que la ideología, el motor es el amor. Porque uno puede estar muy convencido de una ideología, pero la política siempre es muy limitada; en cambio, el amor no. Y el amor que se politiza tiene una proyección tremenda.

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La Fundación Nydia Érika Bautista (FNEB) nació en el exilio, en la distancia que tuvo que poner Yanette con su tierra porque su vida corría peligro. Pero eso no sirvió de excusa para apaciguar su búsqueda: “No queríamos morirnos políticamente”.

Por aquel entonces, por sus venas ya corría una década de activismo: entre otros frentes, era la presidenta de la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos Desaparecidos (Fedefam). Fue después cuando vino la separación, la ruptura obligada con su pueblito, esa expresión que tanto le gustaba enarbolar a Nydia Érika y que hoy empuña Yanette con orgullo. Apenas resumida en estas pocas líneas, su historia roza la eternidad de las defensoras.

— A los victimarios no les bastó con haberse llevado a Nydia Érika, sino que hicieron una persecución muy grande contra mí. Los niños estaban pequeños: Andrea [hija de Yanette y que vio cómo se llevaron a su tía] y Erik [hijo de Nydia Érika] tenían 9 y 12 años, y me tuve que separar de ellos y dejarlos en diferentes casas. Desde que se llevaron a Nydia Érika había hombres en la puerta de la casa. Qué querían hacer no lo sé, pero en todo caso nos crearon mucho terror.

Yanette Bautista habla serena y ofrece todo tipo de detalles sin evitar el dolor, mientras su mirada se aleja en ese infinito que se esconde bajo el suelo. Sus manos no paran quietas, unas veces para gesticular y otras para remover una infusión que apenas prueba. Cuenta cómo fue encontrándose con activistas de Colombia y cómo los fue perdiendo: “Todas las personas que iba conociendo de alto nivel resultaban muertas”. Abogados, asociaciones de familias víctimas, su trabajo en Naciones Unidas… también recuerda, porque esto tampoco lo olvida, las últimas horas con su hermana, integrante del M-19, una guerrilla urbana que estuvo operativa en Colombia durante un par de décadas, hasta su desmovilización en 1990.

— La noche anterior habíamos hablado largamente y yo le había criticado que la guerrilla no se hiciera cargo de las necesidades de su hijo. Le decía que, si ellos tenían el pensamiento de cambiar el mundo, cómo era posible que dejaran abandonados a los niños y que no les apoyaran; y ella me explicaba que no tenían con qué y que las ganancias de su lucha eran políticas y no económicas. Recuerdo mucho esa noche. Al siguiente día ya hicimos la fiestica.

Nydia Érika salió por la tarde para acompañar al autobús a una señora que había ido a la comunión. Nunca regresó. Andrea Torres, ahora jefa del equipo jurídico de la fundación, vio cómo unos hombres se llevaron a “una señora” y la subieron a un carro; “era la voz de la tía”, contó. Al día siguiente Yanette sintió que mataban a su hermana. Todavía arropada entre lágrimas, empezó a recorrer las calles de Bogotá para buscarla. Y habló con la gente y preguntó y buscó.

No era la primera vez que desaparecían a su hermana. Curioso lo de este verbo intransitivo, desaparecer, que en Colombia se convierte en transitivo, tal es la violencia. Porque Nydia Erika no desapareció, a Nydia Érika la desaparecieron. La primera vez, en 1986, lograron su liberación gracias a las gestiones que hizo una abogada del Comité de Solidaridad con Presos Políticos. Había sufrido torturas. La segunda, un año después, fue diferente.

— Los compañeros de la universidad hicieron una asamblea permanente por la desaparición de Nydia Érika y fue la primera vez que di mi testimonio. Luego los estudiantes hicieron una marcha grandísima hacia la Procuraduría, y el investigador de dijo que era una marcha tan grande que era miedosa. Después, ese mismo señor se inventó que Nydia Érika vendía marihuana y empezaron a denigrarla.

La confesión de un suboficial del Ejército llegó tres años después de la última desaparición, cuando el alto mando admitió varios crímenes, entre ellos, el de Nydia Érika. Solo entonces aparecieron sus restos. Otra aparición es lo que desde entonces espera Yanette, la de la justicia.

— El caso ha transitado durante estos 34 años por la Fiscalía General de la nación y yo concluyo que no llevar a los victimarios ni a investigar ni a juicio es una decisión política. Desde hace más de cinco años está en la Corte Suprema de Justicia, donde tampoco han tomado una decisión. El caso está contra 16 oficiales y suboficiales de la tercera y de la vigésima brigada, que actuaron casi todos por acción. Nos dimos a la tarea de buscar pruebas nuevas para que se reabriera la investigación contra esos militares que fueron absueltos por la Fiscalía y las presentamos a la Corte Suprema, que admitió la demanda. En la JEP [Jurisdicción Especial para la Paz] solicitamos que nos acreditaran como víctimas y después de más de tres años no ha resuelto. Todas esas son decisiones políticas para no investigar a los culpables.

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La JEP es uno de los frutos que brotaron tras la firma de los Acuerdos de Paz entre el Gobierno de Juan Manuel Santos, el anterior presidente, y la guerrilla de las FARC-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo). Se trata del componente judicial del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición, y tiene la función de abordar los delitos cometidos en el marco del conflicto armado, tal y como explica el organismo público en su web. Fue creada para satisfacer los derechos de las víctimas, con el propósito de construir una paz estable y duradera.

Frente a la sede de la JEP precisamente, en la carrera 7 de Bogotá, se manifestó a finales de agosto el equipo de la Fundación Nydia Érika Bautista, junto con familias de personas desaparecidas y otras organizaciones. “Exigimos que la JEP abra un macrocaso de desaparición forzada. No queremos ser más discriminados, no queremos que la justicia sea inequitativa. Reivindicamos que la JEP haya abierto un macrocaso por los secuestros cometidos por las FARC, pero extrañamos que no abra otro de desaparición forzada”. Altavoz en mano, Yanette Bautista no paró de clamar las cuatro horas que duró el plantón.

Tienes claro que el sistema judicial está viciado, pero al mismo tiempo no renuncias a la JEP, ¿Por qué acudir a una institución que consideráis toma decisiones políticas y no de justicia?
Como familiares de desaparecidos, puerta que se nos pone, puerta que tocamos. Si se abre, si nos la tiran en la cara, si nos la cierran, es indistinto, pero nosotros tocamos todas las puertas que ponga el Estado para acceder a la verdad y a la justicia. Hace parte de la terquedad que tenemos y hace parte también de la esperanza que conservamos en el fondo. Creemos en la democracia y creemos que las instituciones de la democracia deberían funcionar. Es una apuesta política recurrir a todas las instancias que sean necesarias.

En las conversaciones de paz de La Habana participaron diversas delegaciones de víctimas. Yanette Bautista estuvo en la primera y propuso que se adoptara un mecanismo para la búsqueda de las personas desaparecidas. Regresó a Cuba cuando finalizaron los acuerdos, pero entonces vio que algo se resquebrajaba: “Cometieron el error que siempre cometen todos los jefes de Estado: dejar a las víctimas en tercer lugar”. El balance que hace de aquella firma histórica es tajante: “Estoy desilusionada con el sistema integral, aunque al comienzo no se podía decir porque lo políticamente correcto era y es mostrar que apoyamos y apostamos por el sistema integral. Estamos amordazados”.

El parón ante la JEP dificultó el tráfico de una de las principales avenidas de Bogotá. Durante unos breves minuto se produjo una escena paradójica: los conductores mostraban su enfado con el atasco, mientras apenas prestaban atención a los gritos y las pancartas que denunciaban las desapariciones. ¿Qué tiene que suceder para que Colombia apoye a las víctimas de forma masiva?
En Colombia la gente ha perdido la vergüenza y la vergüenza es un motor de lucha por la dignidad. Cuando se acaba la vergüenza se acaban las posibilidades de construir un país distinto. Mucha gente, no toda, que está en estratos altos no se ha puesto en los zapatos de las víctimas, de la gente común y corriente, y del pueblito que tiene que luchársela cada día. Hay una indolencia absoluta. Históricamente ha habido una indiferencia muy grande de la sociedad con las desapariciones forzadas. Los familiares de los secuestrados siempre recibieron mucha más solidaridad que los familiares de los desaparecidos y eso sigue sucediendo. Nosotras siempre que salimos a las calles estamos muy solas. Ahora hay más conciencia de que ocurren desapariciones forzadas y de que esos delitos son crímenes de lesa humanidad, hay más conciencia de que hay violaciones de los derechos humanos. A partir de la protesta social [del paro nacional que comenzó el 28 de abril], las redes sociales han ayudado como nunca antes a mostrar el comportamiento de la fuerza pública en la calle, que es el comportamiento que siempre han tenido en privado. Esa lucha en la calle ha develado la calaña de la fuerza pública respecto de la población civil. Se ha quitado una máscara. Pero me asusta el hecho de que la gente no haya vuelto a salir masivamente a marchar. Puede ser que tengan mucho miedo de que les pase lo mismo que a los muchachos [las organizaciones de derechos humanos reportan desapariciones, detenciones arbitrarias, asesinatos y heridos]. No sé qué tiene que suceder para que la gente se baje de los tacones y asuma el camino de las reivindicaciones de dignidad, de justicia y de verdad. Es una sociedad donde está enquistada la indiferencia y la indolencia de manera muy profunda.

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Acciones en las calles, plazas y jardines, investigación y documentación, trabajo en favor de la memoria, escuelas de empoderamiento, formación y, sobre todo, acciones judiciales. El equipo de la Fundación Nydia Érika Bautista lleva ahora mismo 700 casos en los tribunales, de los que al menos 600 son de desapariciones forzosas; el resto, detenciones arbitrarias y unos 40 de violencia sexual, según explica Andrea Torres, coordinadora del área jurídica. La sede de la FNEB, recostada en el barrio bogotano de Tehusaquillo, bulle de actividad. Es una bonita casa de dos plantas con un patio interior que sirve de sala de reuniones y también de espacio de esparcimiento. Es el escenario que acoge esta conversación. En la pared, junto a una imagen de la virgen de Guadalupe mexicana, cuelgan pequeñas macetas, a modo de jardín vertical de la memoria. Cada planta, el nombre de una víctima y la fecha de su desaparición. Las flores no faltan nunca en las actividades que organiza la fundación. Son una muestra de vida, de amor.

Yanette Bautista delante de una pared con macetas

Yanette Bautista en la sede de la FNEB. / Foto: J. Marcos

Una de las entradas al inmueble conduce a una pequeña tienda de ropa y bisutería artesanal. Es el proyecto productivo de la FNEB. La Fundación trata de estar en el día a día de lo que sucede en los diferentes barrios. Esa cercanía le ha llevado a apoyar de manera firme a las primeras líneas de Bogotá, los grupos de jóvenes creados en todo el país en el marco del paro nacional y de las protestas que vive Colombia desde el 28 de abril. Las acciones de estos colectivos autodenominados de autodefensa son criminalizadas. Yanette ha decidido estar a su lado.

— No quiero es que los jóvenes tomen las armas por que el Estado no les ha brindado otra salida. Nosotras nos sentimos muy orgullosa de esa juventud y por eso los acompañamos. En ellos está nuestra esperanza, creemos que son la única fuerza que puede darle un vuelco a este país.

El rechazo sin ambages a la violencia es una constante en Yanette Bautista, a pesar de que en varias ocasiones su nombre ha aparecido ligado a ella. Las FARC, sin ir más lejos, le propusieron crear un frente armado con el nombre de su hermana. “Entiendo absolutamente las causas estructurales que han llevado a los movimientos subversivos a conformase como tales. Y entiendo el derecho de los pueblos a rebelarse, pero de ahí a tomar las armas… la historia ha enseñado que ese no es el camino. Y me han tildado de guerrillera muchísimas veces”.

El expresidente Álvaro Uribe fue una de las personas que la acusó directamente. “Es el costo que hay que pagar por pensar distinto en este país, por buscar la justicia, por buscar la verdad, por acompañar a los desaparecidos En la inteligencia que hacen los militares sobre nosotras, habrán perdido todos los recursos humanos, técnicos y económicos que han invertido para encontrarnos nexos con la guerrilla, porque no los tenemos ni los hemos tenido”.

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Yanette Bautista vive con protección desde que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos le otorgó medidas cautelares en 2014. Continúa siendo incómoda: “Cada año suceden nuevas cosas. Cada año vienen hombres o recibimos llamadas amenazantes, nos persiguen carros… de distintas maneras nos hacen saber que nos están vigilando, que saben lo que estamos haciendo, para que nos demos cuenta de que ellos están sobre nuestras vidas”.

¿Cómo gestionas tu identidad como víctima?, ¿es fácil definirse como víctima?
Ser víctima ha sido una imposición, pero con el paso de los años yo opté por estar en una organización de víctimas. Una siempre escucha que es importante salirse del dolor y pensar “yo no soy mi victimario”, y así lo pienso, yo no soy el general Álvaro Velandia Hurtado, que provocó y aprobó la desaparición de Nydia Érika, ni ninguno de esos generales que están involucrados. He transformado mi dolor en amor y en una lucha muy consciente. Así es como lo gestiono, no para victimizarme, sino porque entiendo que puede ser un valor agregado. Una tiene que colocarse desde un lugar del que habla y siempre me coloco en el lugar de la hermana de Nydia Érika Bautista, sabiendo que soy una defensora de derechos humanos y no solamente una víctima; soy una víctima que se convirtió en defensora de derechos humanos.