Dos décadas de Búsqueda

Por: Luis Carlos Gómez Díaz* Especial para EL TIEMPO

11 Estudiantes

Entre febrero y septiembre de 1982 once estudiantes universitarios, el dueño de un taller de mecánica y un dirigente campesino desaparecieron, aparentemente, sin conexión alguna. Veinte años después, cuando los familiares de este grupo de desaparecidos apenas comienzan a conocer la verdad de lo ocurrido, otras 5.000 familias comparten la incertidumbre sobre la suerte de aquellos seres de los que jamás se vuelve a tener noticia porque son objeto de la llamada desaparición forzada.

En la época en la que esta modalidad se comenzó a utilizar como una macabra práctica de guerra, los pasillos de hospitales, morgues y estaciones de policías -a donde los familiares de los desaparecidos iban casi todos los días a preguntar por sus seres queridos- se convirtieron en el primer escenario de debate sobre cómo hacer una búsqueda efectiva.

Estaban desesperados por las respuestas negativas. Crearon entonces una asociación para buscarlos por sus propios medios. La llamaron Colectivo 82 y, más tarde, Asfaddes.

A diferencia de Argentina y Chile, donde hubo más de 25.000 desaparecidos durante las dictaduras militares de finales de los años setenta y ochenta, para esa época en Colombia solo había sido reportado un caso: el de Omaira Montoya, una odontóloga detenida en Medellín en 1977, junto con su novio, militante del Eln.

Pero desde entonces el número de desaparecidos ha ido en aumento año tras año, hasta llegar a más de 400 en el 2001, 10 veces más de los reportados hace 10 años. Según los que trabajan el tema, el aumento se debe al recrudecimiento del conflicto armado (la autodefensa son señaladas como los principales responsables de estas desapariciones).

Testimonios.

Mercedes Ruiz es una de las fundadoras de Asfaddes. A su cuñado, Hernando Ospina, dueño de un taller de mecánica, se lo llevaron un día varios hombres que lo obligaron a subirse a un automóvil Mercedes Benz, en el que al día siguiente también se llevaron a un estudiante de la Universidad Nacional.

Impulsada por su tragedia familiar, Mercedes no ha tenido otra dedicación que la de los desaparecidos.

Recuerda que al principio, inspirados en las Madres de la Plaza de Mayo de Argentina, los familiares marchaban todos los jueves a las 12 del día por la carrera séptima llevando consigo los carteles de las fotos de los desaparecidos.

Su intención inicial era que el entonces presidente Belisario Betancur los atendiera. Y lo lograron, aunque no de la forma en que esperaban. En una de las movilizaciones en la Plaza de Bolívar, uno de los policías que vigilaba la protesta golpeó con su escudo a la abuela de uno de los estudiantes y provocó un fuerte altercado con los manifestantes.

En medio de la confusión, pasó Betancur y alcanzó a ver a través de la ventana de su vehículo a varias mujeres que se daban empujones con la Policía. Unos minutos más tarde, un asesor suyo les concedió una cita con el mandatario para algunas semanas después.

Las marchas, que se ahogaban en medio de la rutina del centro de la ciudad, se acabaron porque los familiares de los desaparecidos empezaron a recibir amenazas.

Desde entonces decidieron concentrar su esfuerzo en la búsqueda de testigos clave para la justicia, en la recolección de pruebas que esclarezcan en algo los casos y, en especial, en el apoyo a quienes apenas empiezan el proceso que ellos vivieron hace ya veinte años.

La lucha por la verdad.

En el caso de los estudiantes desaparecidos, el trabajo de estos familiares apenas empieza a arrojar sus frutos. A mediados del año pasado comenzó el juicio contra José Jader Alvarez, un narcotraficante colombiano que fue extraditado a Estados Unidos en 1985 y que regresó al país hace cinco años, después de cumplir su condena.

La justicia colombiana lo acusa de haber desaparecido a 13 personas, con ayuda de agentes del F2 (la unidad de inteligencia de la Policía de aquella época), como parte de una averiguación privada que tenía como fin buscar a sus tres pequeños hijos (de 5, 6 y 7 años) secuestrados y posteriormente asesinados por guerrilleros del M-19.

Durante las sesiones de la audiencia pública, los fundadores de Asfaddes conocieron por fin al hombre a quien ellos creen culpable de la desaparición de sus familiares.

Queríamos verlo y hablar con él para que nos dijera dónde están los cuerpos de nuestros seres queridos. Así podemos cerrar este capítulo , dice Ruiz.

Una de las pruebas del proceso fue una foto que una de las familiares de los desaparecidos tomó del Mercedes en el que se llevaron a Ospina. El vehículo resultó ser de la esposa de Alvarez.

La obstinación, la aliada.

Con la misma obstinación, Fabiola Lalinde adelantó la lucha por dar con el paradero de su hijo Luis Fernando Lalinde, miembro de las juventudes comunistas.

El fue detenido por una patrulla del Ejército el 2 de noviembre de 1982, mientras trataba de auxiliar a un guerrillero del Epl herido en combate.

Lalinde, una de las primeras miembros de Asfaddes distinta a los familiares de los estudiantes desaparecidos, le sacó tiempo a su trabajo en la cadena de almacenes Ley para reconstruir lo que ocurrió con su hijo después de su detención.

Tuvo que demostrar primero que él era la misma persona que un N.N. Jacinto que la Brigada del Ejército responsable de la operación, afirmaba, había dado de baja en un combate en la región de El Verdul (Antioquia), en la misma zona donde Lalinde había desaparecido.

Luego le ayudó a un grupo de técnicos de la Fiscalía a desenterrar los huesos de su hijo sepultado en una montaña de la zona, de la forma en que sus asesinos creyeron que sería más difícil encontrarlo (su cráneo estaba enterrado casi a cien metros de distancia del resto del cuerpo).

Lalinde fue también una de las primeras familiares de desaparecidos de Colombia en llevar su caso a la Corte Interamericana de Justicia, que condenó al Estado colombiano no solo por la desaparición y muerte de su hijo, sino por no hacer nada para evitar que el caso quedara en la impunidad. Todo este proceso tardó 14 años.

El 23 de octubre de 1996 Fabiola Lalinde recuperó los restos de su hijo. Los enterró en una cripta en la parroquia de Santa Gema en Medellín.

En 1995 Asfaddes pasó a estar en el ojo del huracán. Bernardo Alfonso Garzón, sargento retirado del Ejército, aseguró que conocía el paradero de varios antiguos miembros del M-19 desaparecidos.

Entre ellos, Irma Franco, una de las desaparecidas del Palacio de Justicia, y Nydia Erika Bautista, socióloga del M-19 que fue retenida el día de la primera comunión de su hijo.

Su testimonio guió a los familiares de los desaparecidos al cementerio de Guayabetal, en donde, según todo indica, encontraron los restos de Bautista (aunque judicialmente, el asunto continúa en una de las múltiples apelaciones).

Una foto tomada durante la celebración de aquella primera comunión le permitió al sepulturero recordar que había ayudado a sepultar a una mujer no identificada que llevaba la misma ropa.

Las declaraciones de Garzón guiaron también la investigación hacia el Batallón Charry Solano, que en 1987 se encargaba de las operaciones de inteligencia del Ejército, y hacia el comandante de ese entonces, General Alvaro Velandia, que ya para 1995 era el comandante del Ejército en Cali.

Este último año, el Procurador Delegado para los Derechos Humanos, Hernando Valencia Villa, pidió su destitución al entonces presidente Ernesto Samper. Una carta firmada por varios intelectuales extranjeros, entre ellos el escritor uruguayo Eduardo Galeano, agilizó la expedición de la orden presidencial. Garzón se retractó posteriormente de su testimonio y Velandia fue absuelto por la justicia penal militar.

Los familiares de los desaparecidos políticos siguen la lucha a pesar de que, paradójicamente, ahora ellos también son objeto de práctica, como Angel José Quintero y Claudia Patricia Monsalve, miembros de Asfaddes desaparecidos el 6 de octubre del 2000 en pleno centro de Medellín y frente a una cámara de seguridad que cambió de posición justo antes de que ocurrieran los hechos.

Mercedes Ruiz es una de las fundadoras de Asfaddes. A su cuñado, Hernando Ospina lo obligaron a subirse a un automóvil Mercedes Benz vinotinto y jamás se volvió a saber de él.

Fuente:

http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-1377200